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La Vida De Moyses y Abraham Pinto
En La Jungla Del Amazonas



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De Samuel mi hermano no he hablado en estas memorias porque he resuelto olvidar y perdonar; al­gunos pequeños detalles olvido y los recuerdo algunas veces.

Al abandonar la playa de las tortugas, cuya playa se llama "Curasatuba", hemos cargado nuestras canoas con las tortugas que podíamos llevar. Las demás que quedaron y que eran algunos cientos las hemos vuelto a voltear y ellas mismas se fueron metiendo en el río. El río Putumayo en sus cabeceras, ya no es navegable; son cascadas y montañas altas, difíciles de franquear; por esa razón no se llevó a Bogotá por ese camino el cuerpo del hermano del presidente.

De los sucesos que pasó vuestro padre cuando andaba en canoa, no recuerdo muchos, sólo uno de alguna importancia y que le íba costando la vida. Tenía una canoa en el Jurua, quedejó allí, acabada la cosecha de goma, y la siguiente estación algunos meses después, se quiso hacer cargo de ella, pues la había dejado al cuidado de un amigo en su puerto. La encontró llena de agua de las lluvias etc.; él y los remeros se remangaron los pantalones y principiaron a vaciarla; en esto sintió vuestro padre un choque eléctrico que le hizo caer; era un "puraque" o anguila eléctrica, que si no acude a tiempo un indio que tenía una sortija de metal o alguna pulsera que anule los efectos electrónicos de esos pescados, que le levantó y le sacó de la conoa, con una o dos veces que pase el pescado por el cuerpo, ya es uno cadaver. Muchos y varios son los incidentes que me pasaron cuando andaba en la canoa, ahora recuerdo algunos de ellos.

Entrando con mi canoa en el lago Caiçaru veo en la boca del lago que se levanta una montaña de agua y un gran ruido debajo, era una gran boa que salía del lago. El agua nos levantó la canoa, vimos el peligro y escapamos a todo correr con la canoa en medio del río; en esto vemos la cabeza de la boa mirando de un lado a otro; felizmente nos alejamos. Otra boa ví en el río Envira, afluente del rio Jurua; esta vez tuvimos que atra­car y saltar a tierra en el bosque para escapar de ella.

Después de pescar una gran cantidad de pescado, la que sobró de nuestra cena, se llenó casi un gran canasto y lo depositamos en la canoa para el día si­guiente. La canoa amarrada a la orilla y la canasta de pescado a mis pies, pues dormía en el toldo de proa donde tenía mi tiendecita, la canoa muy cargada y apenas a unos 20 ctms. fuera del agua. En esto oigo un gran ruido y un cuerpo que se echaba al agua desde la canoa. Era un coco­drilo que se agarró con las patas y pudo meter medio cuer­po en la canoa y devoró todo el canasto de pescado, que por milagro no me cogió por los pies.

En una pequeña canoa, que allí se llama "montariu" y que apenas caben 3 personas, llegué a la boca de un lago donde estaba trabajando en caucho un cliente nuestro, recuerdo que se llamaba Lima. La boca del lago era demasiado chica y estaba materialmente como empedra­da de cabezas de jaeures, que solo uno de ellos con un coletazo hacen voltear la canoa; me fuí por tierra por el centro del bosque, hasta llegar al lago. En el bosque hay que tener mucho cuidado cuando se penetra, porque fácilmente se pierde uno; algunos andan con brújula, otros guiados por el sol, pero éste algunas veces no se le ve a causa de la altura de los árboles; lo más seguro es ir marcando los árboles con un hacha o rompiendo ramas por donde se pasa para señalar el camino y poder volver por él.

En Teffé víspera de Kippur esperaba el vapor de Yuyu Levy para seguir en él al río Jurua. Tenía 2 canoas de mercancías para llevarlas conmigo. Las mer­cancías por supuesto a bordo del vapor y una de las dos canoas a remolque que era para mi regateo (trabajo). Yuyu no entró en Teffé en ese dia y prefirió pasar el día de Kippur amarrando el vapor a un puerto un poco distante de Teffé. Para llegar a este puerto, pasado el día sagra­do, miren qué sacrificio y qué perjuicio esto le causaba, tener el vapor parado con cientos de pasajeros, con esa fe en nuestra religión. Por la tarde cayó una tempestad en Teffé y me hundió 2 canoas que estaban a la orilla del lago. Todo se mojé y a esa hora de la tarde buscaba traba­jadores que me ayudasen a sacar las mercancías del agua. Y después de mucho trabajo conseguí dos con quienes he trabajado muy duro y llevamos a casa todos los géneros mojados; se hizo muy tarde y ya era hora de arbit.

En la casa de tío Elías donde se reunieron los pocos judíos que había en Teffé y apenas me cambié la ropa mojada y sín comer me dirigí a casa de tío, pasé el Kippur sín haber comido antes.

Después de Kippur llegó Yuyu con su vapor, pero yo no pude seguir en él porque tenía que poner al sol toda la mercancía, que estando mojada alguna se perdió. Seguí en otro vapor, para la lucha con esa mercancía en ese estado. Esta es una de las muchas penalidades que se pasan en esos trabajos de canoa.

Ahora paso a relataros un acontecimiento con vuestro padre y yo en Iquitos:

Tenía que ir yo a Pará un año a hacer compras para mi trabajo en el Jurua, y antes de hacer dicho viaje y que yo tenía que estar por lo menos 6 o 7 meses en ese río, resolví seguir a Iquitos desde Teffé a ver a vuestro padre, antes de hacer mi viaje al Pará y después al Jurua, porque me quedaría ausente de él por lo menos 8 o 9 meses entre el viaje al Pará y a tal río. Vuestro padre me encargó que comprara también algunas mercancías para Iquitos. Las compras para el Jurua las mandé a dicho río, distribuidas para varios puntos del río y a personas amigas nuestras, para ir tomándolas en la canoa a medida que iba necesitando en mis varios viajes que subía y bajaba del río durante la cosecha. Las de Iquitos las embarqué
en un vapor que se llamaba "Araguay" y que era el primer viaje que hacía a Iquitos y que pertenecía a una compañía formada en el Pará, con el fín de hacer la competencia a la gran compañía de navegación "The Amazon Hiver”. Todos estos detalles los inserto aquí para explicar lo sucedido. Como yo tenía algún tiempo antes de ir al Jurua, surqué en ese vapor de Pará a Iquitos a dar cuenta a vuestro padre de todo cuanto había hecho. La compañía nos nombró sus agentes en Iquitos. Llegados a este puerto, el comandante del vapor, llamado "Corría", dió un almuerzo abordo a las autoridades más principales y al comercio más importante de la plaza, unas 40 o 50 personas en total, con el fín de la inauguración de los viajes a ese puerto por esa compañía.

En Iquitos había un joven llamado Benjamín Maya, oriundo de la provincia de Marañen, (Brasil). Joven de una educación esmerada, amable, jovial, de raza blanca, simpático etc.

Este joven se naturalizó peruano con el fín de obtener el puesto de "Capitán del puerto". Los brasileros de Iquitos y los que llegaban de fuera le te­nían mucha antipatía y hasta odio por haberse naturalizado.

A este sujeto no invitó el capitán del vapor al almuerzo, y se sintió muy ofendido y aguardó la ocasión de vengarse del Capitán del vapor, que pronto llegó dicha ocasión. El vino tinto que se sirvió en el almuerzo, fue elogiado por muchos, por cuanto era en ver­dad muy bueno. Tanto le manifestó la excelencia del vino un comerciante muy destacado del comercio de Iquitos, que era brasilero y se llamaba Manuel Nieves, que el capitán del vapor le ofreció un pequeño barril de ello, unos 50 litros. El capitán al dia siguiente del banquete mandó a tierra el barrilito con orden de que se lo llevaran a casa de Nieves, y aquí principia lo grave de la historia. Benjamin Maya, capitán del puerto, coge el barril como contrabando y quiere llevárselo a la aduana; interviene el capitán del vapor a quien avisaron y le dice a Maya que los licores y comestibles de abordo núnca pagaron derecho de aduana en ninguna parte; (no sé si tenía razón en lo que concierne artículos desembarcados y que aún sea desti­nados al consumo de abordo.) Se agrió la discusión. Y el comandante (el capitán) coge un martillo de la casa de Nieves, rompe el barril y se derramó el vino por el suelo. A este acto el tal Benjamin Maya le intima a darse por preso, por cuanto cometió un desacato a la autoridad. Llamó a 2 policías y se lo llevan preso.

La tripulación del vapor se excitó mucho al enterarse puesto que el vapor estaba atracado al puerto. Nosotros a nuestra vez nos avisaron de lo sucedido; vuestro padre era bastante conocido del prefecto o sea del gobernador. Fue a verle y le rogó que soltara al capitán puesto que la tripulación estaba muy excitada. El gober­nador al oír ésto gritó como un loco diciendo: ¡ Me está Vd. amenazando que la tripulación de abordo se quiere lle­var a su capitán a la fuerza!. Acudieron mucha gente a sus gritos, entre ellos el jefe de la policía, y le dice a éste textualmente: señor jefe de policía, prenda Vd. al señor Pinto y al primer tiro que se oiga en la población fusí­lelo enseguida. En esto llego yo para enterarme de lo que había hecho mi hermano y me prenden a mí también, nos lle­van a la prisión donde estaba el capitán del vapor y allí esperábamos el fusilamiento de los 3. Un señor que se lla­maba Mattos, persona muy destacada de la colonia brasile­ra, hombre muy educado, amable e inteligente, viendo el peligro se dirigió al vapor, que como ya he dicho, estaba atracado al puerto, e hizo convencer al segundo comandante que largara el vapor de su amarrado de tierra y fondeara a lo largo del río, evitando así cualquiera que quisiera saltar a tierra de la tripulación. Una vez realizado ésto, el gobernador ordenó nuestra libertad menos la del capitán del vapor que seguía preso. Todo esto duró como tres horas. Una vez en libertad y estando los dos en el patio del cuar­tel, para irnos a casa, se dirigge a mí el hijo del gober­nador, que se llamaba Nicanor y me dice: Váyase Vd. a casa, que su hermano sor Moyses le seguirá dentro de media hora. Yo no quería irme, hasta que él y vuestro padre insistieron conmigo y me marché. Vuestro padre fue llevado a una sala y ahí el hijo del gobernador mandó traer una botella de vino, llenó 2 copas para él y vuestro padre. Vuestro padre no quiso beber por más que insistió ese señor y enseguida se dirigió a casa. La mayoría del pueblecito de Iquitos estaba indignada con el prefecto, por cuanto vuestro padre era muy estimado y las mujeres le llamaban "El Rey de Iquitos". La cámara municipal se reunió en sesión extraor­dinaria y estampó en su libro de actas una enérgica protesta contra el gobernador, al punto que éste mandó prender al alcalde y que se escapó en una canoa.

Se aproxima el 28 de Julio, día de la independencia del Perú. El hijo del prefecto fue a casa y
le dice a vuestro padre: mi padre le saluda y le ruega fuese al baile que se celebrará en la prefectura la noche del 28 de Julio, fiesta nacional. Estoy oyendo la respueta de vuestro padre a Nicanor: Mucho agradezco la invitación, y sólo iré si me arrastra, de otra manera no podría ir. La respuesta fue: Señor Pinto déjese Vd. de rencores y venga Vd. que mi padre tendrá mucha satisfacción en ello.

Al principio de estas memorias yo os aseguré que todo lo que escribo es verdadero, no exagero ni miento ni tampoco invento.

En ese tiempo Iquitos era una aldea y todos se conocían y estaban en estrechas relaciones; hoy ya es una pequeña ciudad. Embarqué con dirección a Teffé y al llegar a Loreto, pueblo peruano cerca de Tabatinga, frontera del Brasil, el Cónsul brasilero que entónces re­sidía allí, al llegar el vapor y enterarse por la lista de pasajeros, me mandó llamar a pedirme que me quedara allí unos cuantos dias, hasta la llegada de otro vapor, con el fín de darle una relación exacta de los aconteci­mientos en Iquitos. Así lo hice y me hospedó en su casa y todos los dias relataba él mismo todo cuanto le refería de lo que pasó en Iquitos. Me quedé allí unos dos dias e hizo una memoria dirigida a la princesa Isabel, que era entónces regenta del Imperio, por cuanto su padre el empe­rador Don Pedro II estaba en Cannes de vacaciones. La copia de esa memoria escrita por el cónsul la tengo aquí en Tan­ger en la oficina. Esta princesa estaba casada con el conde D'Eu de la familia de los Orléans. Los brasileros la odiaban, por cuanto el buen emperador era muy viejo, y te­mían ser gobernados por un extranjero a la muerte del empe­rador; por eso se proclamó la república.

El efecto de esa memoria fue lo si­guiente: A las pocas semanas llegó a Iquitos una lancha de guerra brasilera y al fondear frente al puerto, se dirige la sanidad y la aduana, para instarla de abando­nar. Los gritan : ¡ Largo de aquí, el buque de guerra brasilero no recibe visitas !. Esto es ya contado por vuestro padre, pues como he dicho arriba, yo ya no estaba en Iquitos. El capitán de la lancha de guerra y sus dos oficiales en gran uniforme, bajan a tierra y se dirigen a la prefectura y le dicen al gobernador: Venimos en nom­bre de nuestro gobierno para que nos entregue inmediata­mente el capitán del vapor "Araguay". El prefecto les dice: el capitán está en libertad provisional, pero sujeto a un proceso y está bajo las órdenes de un juez. Nosotros queremos al capitán y Vds. entiéndanse con el Juez. Se le dio completa libertad al capitán y se fue a Manaos en la lancha de guerra.

Aquí hago constar que el Perú, vecino del Brasil siempre está temiendo a dicha nación por ser
más fuerte y el Perú una nación mucho más chica.

Pasaron unos cuantos meses, vino una orden de Lima destituyendo al prefecto, al subprefecto y algunos más, entre ellos el tal Benjamín Maya.

Desde esa fecha el consulado brasilero se estableció en Iquitos. Pasaron algunos años y el administrador de la aduana, que se llamaba "Melena", muy amigo de vuestro padre, ya estaba retirado y residía en Lima. Escribió desde Lima una carta muy cariñosa a vuestro padre agradeciéndole un empleo que le habíamos dado a su hijo abordo de nuestro vapor "Preciada", y le daba noticias de ese prefecto que estaba en un hospital de Lima, empo­brecido y muy enfermo; le manifestó a Melena que estaba muy arrepentido de su acto con nosotros y el capitán del Araguay; que tenía malos consejeros y le llevaron a come­ter esa imprudencia.

La carta de Melena a vuestro padre nos llegó a Tánger y Jacques se apoderó de ella y la tendrá guardada. Conserva dicha carta para que os enteréis siem­pre de lo que era vuestro señor padre.

Creo que aquí pondré punto final a esta memoria pero antes deseo manifestar que si es verdad que mucha gente principia de la nada y llegan a hacer fabulosas riquezas, están en sus casas al lado de sus fa­miliares y no sufren las penalidades como nosotros que he­mos pasado tantos años en canoas. Gracias le sean dadas a la Divina Providencia que nos salvó de tantos peligros y nos trajo al lado de nuestra familia.

Muchas cosas curiosas se me van olvi­dando; recuerdo cuando entré en un lago de los que abundan en el Amazonas y sus afluentes, para pescar, puesto que la pesca en los lagos es más fácil que en los ríos que hay corrientes. Encontré un lago que no era muy grande, cua­jado de patos, centenares de ellos, que fuimos cogiendo fácilmente con la mano, y ahogándolos en el agua; cogimos muchos, unos 30, no hemos querido más.

El que se atreve a entrar en el bosque ya sea para cazar o atravesar alguna región, que tome cui­dado con las frutas que encontrará una gran variedad, que sólo comerá de ellas todas las que viera a los monos comer, las otras son dañinas y venenosas.

El ruido en el bosque ensordece; los monos gritan, los pájaros hacen un ruido terrible; el tigre añade su espantosa voz al concierto. A veces se ven nubes de pájaros cruzar el cielo en grupos de centenares o miles de ellos. Los periquitos, un pájaro chico, más chico que una paloma, es azul con la cabeza escarlata. Los papagayos, los arcuras, todos ellos chillando, un in­fierno de ruido. Hay un papagayo grande que no sé su nom­bre y que nunca lo he visto, que cada 6 horas de día y de noche, canta con una voz sonora; es un reloj cada 6 horas.

Bajando del Javary para dirigirme a Teffé uno de mis viajes y ya en el gran río Amazonas, quise pasar la noche en el puerto de una barraca en el camino. Amarré la canoa al puertecito, mis dos hombres que tenía para remar se fueron a dormir en tierra, y yo me quedé en la canoa. De madrugada oigo un gran choque de la canoa. Desperté sobresaltado y era que la canoa se había desprendido del puertecito. Eso y la corriente me llevó toda la noche bajando el río hasta que chocó con una cantidad de árboles que habían en la orilla del bosque y allí se paró la canoa. Me apresuré a amarrarla a un arbol en el agua; en esto oigo un terrible ruido a mi lado que salía del bosque, y era una manada de jabalíes que pasaba de un lado a otro del bosque aplastando todo lo que encontraban en su camino, árboles chicos que derri­baban a su empuje, ramas etc. Sólo resistían los grandes árboles; felizmente yo estaba en la canoa y no tenía nada que temer. Allí quedé esperando hasta más o menos las 10 de la mañana, hasta que aparecieron los dos remeros con el dueño de la barraca, que se dieron cuenta por la mañana y consideraron que la canoa bajaría el río por sí sola. Mis dos hombres embarcaron en mi canoa y el dueño de la canoa regresó a su casa en su montoria; así llaman a una canoa muy chica que rema un sólo hombre.


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