En La Jungla Del Amazonas Hoy '12 de Noviembre de 1945 De vez en cuando me acuerdode algún episodio de mi vida en el Amazonas. Estaba abordo de un vapor y entramos en lo que yo llamo el nieto del río Amazonas, es decir el Jurua, afluente del Amazonas, y el Riosinho afluente del Jurua. Llegamos al último punto habitado por un cearense (hijo de la provincia de Ceará) que estaba establecido en una barraca con algún personal extrayendo la goma; allí teníamos que entregarle las mercancías que le mandaban del Pará y recibir a flete el caucho que embarcaba. Pernoctamos allí y por la mañana, el tal sujeto entregó al comandante del vapor una muchachita india de unos 12 años para que la llevara a su familia para servirle. Viramos de abordo y principiamos a bajar el río, ya de vuelta, cuando a la primera vuelta del río y en la primera plaza, vemos a más de un centenar de indios gritando, desnudos y armados de arcos y flechas; cayó sobre el vapor una nube de flechas que por milagro no causó víctimas; el vapor siguió bajando y a la siguiente playa paró y bajó a la muchachita y la desembarcó en la otra playa; ella ya se juntaría con los suyos. El comandante temiendo las represalias de los indios sobre el cearense no quiso llevársela al Pará. Aunque no tiene importancia ninguna para el lector y para ser verídico en todo, el nombre del hijo del prefecto de Iquitos, es Narciso y no Nicanor como he dicho. No me canso de pensar y admirar la maravilla más grande que he visto en mi vida, y es la playa de las tortugas. La playa toda minada de huevos, que no había más de unos centímetros de un depósito a otro. Había tres depósitos de "menchones” como ellos llaman a ese trabajo y se extrayeron los huevos de uno y medio, y del resto salieron las tortuguitas y la corriente del río invadió la playa. Un gran peligro de que escapé un día fue que uno de mis dos remeros de la canoa y yo, arrastrábamos la canoa con un cable por la playa, siguiendo la corriente del río; el otro remero en la proa con un largo palo apartaba la canoa de la playa para que no encallase; así subíamos el río con más rapidez que remando contra la corriente; en esto que andábamos por la playa vemos no lejos de nosotros a una vaca que había bajado de la barraca en el bosque, para beber en el río; la vaca se hundía en la arena y en pocos momentos desapareció; pues si no vemos esto delante de nosotros corríamos la misma suerte, pues son arenas movedizas que no hay nada que le salven a uno, pues por más esfuerzo que haga uno por salir, más se hunde. En el índice de la mano derecha conservo aún un callo del efecto de haber remado la canoa. Aunque no tiene ninguna relación con éstas mis memorias, os citaré un caso chistoso para haceros reir, con un pícaro de los nuestros que se llamaba Jacinto Benatar, que yo he conocido; era sabiondo y sabía más que Lepe "Lepijo" y su hijo estaba establecido en un poblado que se llama Brebes cerca del Pará; allí tenía su tenducha. No sé qué falta cometió que el jefe de la policía, que era un teniente, mandó a un policía a prenderle. Al presentarse el policía, lo recibió de mala manera y le dijo: Díle a tu jefe que ni tú ni él pueden prenderme; hay una ley en el Brasil que un inferior no puede prender a un superior, es necesario que sea del mismo grado o superior. El policía le dice ¿Por qué no podemos prenderte? Jacinto le dice, ya vas a ver por qué. ¡Jámila¡ - la mujer -, tráe la ketubbá! Aparece la mujer con el pergamino y le díce al policía, por ésto; lo cogió entre sus manos, vió muchas letras doradas y muchas pinturas, le dió muchas vueltas, y se lo devolvió diciéndole que no entendía nada de lo que dice aquí. El tal Jacinto le dice: Ni falta hace que lo entiendas. Esto es mi nombramiento de coronel en mi tierra, y ahora corre y díselo a tu jefe y que venga a pedirme perdón. El otro no fue de los perezosos y le dice a su teniente “en buena nos hemos metido". ¿Como coronel? Sí mi teniente, como que he tenido en mis manos su nombramiento!
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